domingo, 1 de noviembre de 2015

SEXO, MORBO Y PUBLICIDAD

Desde los primeros carteles, que se remontan allá por 1850, exhibiendo publicidad con hermosas modelos, ha corrido mucha agua, bajo el puente. 

Sin embargo será el famoso pintor y cartelista francés Henri de Toulouse-Lautrec, (1890), quien promocionando al conocido cabaret “Moulin Rouge”, jerarquizó a dicho trabajo, elevándolo a la categoría de artístico. 

Luego de aquella fecha, hasta la década del 60, la evolución de la publicidad se hizo muy lentamente, ya que en aquella época brillaba un puritanismo malsano y donde una mujer se limitaba solamente a indicar las bondades de tal o cual producto. 

O como un simple modelo decorativo. Pero a partir de allí, con la reducción de tamaño de las prendas femeninas y la lucha furibunda de algunos grupos feministas, consiguieron muchos derechos civiles y laborales, insospechados diez años antes. 

Fue recién a partir de 1970, que los publicistas tuvieron la “brillante” idea de comenzar a utilizar más a la mujer como un mero objeto sexual, que como a una simple decoración. 

Y descubrieron que con el gesto corporal provocativo de una mujer, hacía subir notablemente las ventas, explotando así, la normal inclinación humana. 

Y por lo tanto, provocar un deseo lujurioso artificial que bien golpea de un modo ruin, nuestro desarrollado instinto sexual. 

A todo lo que se insinúe, pero que no muestre nada, se le llama erotismo y este es sumamente eficaz, cuando existe cierta resistencia, por parte del posible usuario, a la hora de tomar una decisión que tenga que ver con un producto promocionado. 

Es por esto que la utilización indiscriminada de este estímulo, sin ninguna diferencia de productos, y sin una justificación aparente, terminan finalmente por saturar los sentidos. 

Llamar la atención con el modo más llamativo e impactante, es la base de toda publicidad. 

Sin embargo, luego de tantos años, de un constante bombardeo a los que fueron sometidos, los virtuales usuarios, es lógico que se note un verdadero agotamiento de este recurso. 

Por lo que, desesperados los publicistas aportan una nueva variante: el morbo. 

Se le llama morbo a toda tendencia obsesiva hacia lo desagradable, lo cruel o bien lo prohibido. 

Dicho así nomás, no tiene ninguna gracia, pero uniéndolo al concepto de “sociedad de consumo”, tendremos una poderosa arma, con lo que, posiblemente muy pocos pueden resistirse. 

Se llama sociedad de consumo a un estimulo que lleva a la adquisición y consumo desmedidos de bienes, aún cuando no se precise de ellos o no exista todavía la necesidad de sustituirlos por otros. 

Con la utilización del sexo en la publicidad, tanto la mujer como el hombre se han convertido únicamente en objetos o trozos de carne atractivos, pero que son llamativos e insinuantes a la vez. 

Ellos, de una manera u otra, pretenden dar un mensaje distorsionado de la realidad y también conspiran en contra del fin que persigue la publicidad sana. 

La publicidad tiene la misión fundamental de buscar un mensaje que permita ofrecer todos los beneficios que le otorgue un producto determinado al consumidor. 



Desde ya que elige las características resaltantes del producto y pondera sus cualidades y minimiza sus efectos. 

Pero por sobre todo, intentando acercarse en lo posible a la verdad. De no ser así, se corre el riesgo de afrontar una muy buena demanda. 

El mensaje publicitario siempre debe ser fácilmente visible y reconocible para que este sea eficaz, tenga formas claras y sencillas, símbolos gráficos, consignas sumamente breves y bien originales. 

La publicidad fija en el consumidor un buen concepto y por medio de este, es el que se realiza el acto de compra. 

Por lo general, una buena publicidad es plasmada en un spot publicitario que desde ya no es barata, especialmente si hay modelos o deportistas famosos. 

Por lo que se prepara una campaña publicitaria donde se difunden estratégicamente el mensaje a través de los distintos medios de comunicación masivos (Televisión, Prensa/Revistas, Radio, Cine y Murales). 

Desde el principio, la publicidad consideró a la mujer como la meta a conquistar, pero también como un medio para conseguir ese mismo fin. 



O sea es la destinataria de los productos a consumir, pero a su vez es el medio de persuasión para promocionar los objetos más variados de consumo. 

Desde bebidas alcohólicas hasta automóviles, pasando por cigarrillos, prendas íntimas masculinas, o cualquier cosa de hombres. 

Ahora bien, cuando el mensaje se dirige a un hombre, al comprar el producto indicado, la publicidad prácticamente le “garantiza” el disfrute de éxitos sexuales, solo por lucir una determinada marca de pantalones, perfumes, cigarrillos o una helada cerveza. 


Eso sí, nunca faltará una insinuante mujer de poderosas curvas y muy poca ropa encima. 

Sin embargo, cuando el mensaje debe llegarle a una mujer, esta se presentará como una súper ama de casa que se entusiasma con la blancura de un jabón en polvo. 

Un revolucionario electrodoméstico o un mega champú que transforma a una simple mortal en una diosa llegada directo del Olimpo. 





Rara vez la mujer tendrá el premio de ver, tocar y deleitarse con un semidesnudo masculino. Ya que el rol de esta, y que le impuso la sociedad, es de ser encantadora, eficiente, siempre sonriente y puntualmente una excelente servidora doméstica. 

En la publicidad dirigida a la mujer, por mal concepto y concepción social, es tomada como un complemento del hombre, para que ella sea su amante, su servidora y su adorno, su pieza de caza y su trofeo sexual. 

Para eso la mujer “debe” conseguir las joyas más grandes, los detergentes más activos, los pañales más suaves y absorbentes, y lucir minúsculas, exóticas y atrevidas prendas íntimas. 

Sin embargo, el morbo está allí, a flor de piel, esperando salir en cualquier momento, agazapado entre las páginas de una revista o en una tanda publicitaria televisiva. 

Mientras que nadie se preocupa que los menores sean testigos mudos de una cruenta guerra sexual subliminal.