jueves, 8 de septiembre de 2016

JULIO CÉSAR
Aseguraban que pasaba horas y horas depilándose todo el cuerpo, que cuidaba sus ropas como ninguna mujer y que se rascaba la cabeza con un solo dedo, como lo hacían los homosexuales y los maricones. Pero Julio César juntó tantos y tantos besos femeninos que hasta Cleopatra apareció en su álbum de conquistas.
Cuando lo designaron Alto Sacerdote de Júpiter le impidieron tocar caballos y divorciarse. Pero Julio César dictó seis cartas a la vez mientras montaba al suyo, y rompió los votos con Pompeya, su tercera esposa.
Los aristócratas de entonces paseaban por las calles de Roma con rosas pegadas a la nariz debido al olor a muerto y a excremento. Pero Julio César caminó con las fosas muy abiertas y con las manos también, abrazando a las pestes y a los pobres.
Los piratas de aquel tiempo eran dueños de los tesoros en agua y de los miedos en tierra. Pero Julio César los desafió, los burló, los estranguló y después los crucificó.
El río Rubicón, que marcaba la frontera entre Italia y la Galia Cisalpina, estaba prohibido cruzarlo con tropas sin la autorización debida. Pero Julio César, sin órdenes ni permisos, lo atravesó de orilla a orilla y retornó a Roma tras invadir más de 700 ciudades en las luchas por las Galias.
En sus 13 años de campañas militares lo enfrentaron alrededor de 3 millones de soldados. Pero Julio César, con apenas 50 mil legionarios que eran capaces de comer hasta raíces mezcladas con leche ante la falta de víveres, perdió solamente dos batallas.
Nadie hasta ese momento había puesto su propia cara en las monedas que circulaban por Roma. Pero Julio César se nombró dictador vitalicio, reformó el calendario y, por supuesto, mandó a que estamparan su rostro en el oro.
El 15 de marzo del año 44 a.C le dijeron que habían planeado un complot en su contra y le rogaron que no fuera al Senado. Pero Julio César fue. Y veintitrés puñaladas enemigas lo tumbaron a un mar de sangre, donde se hundió despacito, como un barquito de papel, su invencible y prestigiosa corona de laurel.
ESCRITO POR SANTIAGO CAPRIATA
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