(Un día como hoy, hace 564 años, nacía Leonardo Da Vinci)
EL PEOR COCINERO
La Gioconda todavía no tenía siquiera una pestaña dibujada cuando Leonardo Da Vinci ingresó, a los diecisiete años, al taller artístico de Andrea del Verrocchio, en Florencia. Allí descubrió la alegría que le generaban las pinturas y también los dolores que le ocasionaban las caries: mientras coloreaba sus dibujos, Leonardo tenía la costumbre de empacharse con las golosinas que le regalaba su padrastro, experto en pastelería. Fue él, Accatabriga, quien le llenó de dulces la barriga.
Luego de tres años de aprendizaje, en afán de solventar sus gastos del día a día, Leonardo pisó por primera vez la taberna “Los Tres Caracoles” para dar inicio a su trayectoria como camarero. Duró poco: meses más tarde, todos los cocineros de la cantina murieron misteriosamente envenenados.
A consecuencia de aquella tragedia, Leonardo se hizo cargo del sector Cocina y eliminó de la cartilla principal la polenta acompañada de salsas y las carnes de todo tipo. En lugar de estos alimentos, los más requeridos de la época, convidó lustrosos y delicados manjares como anchoas decoradas con láminas de zanahoria, y rodajas de pan negro condimentadas con trocitos de albahaca. Sus modificaciones gastronómicas, que no le llenaban la panza a una mariposa, tuvieron su impacto: una noche, furiosos con las pequeñas porciones que ofrecía el menú, los clientes se rebelaron y quisieron asesinarlo. Leonardo escapó justo a tiempo, y nunca más corrió tanto.
Casi un lustro después, “Los Tres Caracoles” murió en el fuego durante una pelea entre dos pandillas. Murió un poquito, porque allí, sobre las cenizas, Leonardo abrió una nueva taberna en conjunto con uno de sus amigos del taller. Ese amigo era Sandro Botticelli y esa taberna cerró más pronto que tarde porque las ratas la visitaban más que la gente.
Su labor culinaria quedó pausada hasta que el gobernante Ludovico Sforza, amo y señor de Milán, lo contrató como Consejero de Fortificaciones y Maestro de Banquetes de la Corte, a los treinta años. En una ocasión, Ludovico le ordenó que planificara una remodelación para la cocina del Castello Forza, en el centro de la ciudad. Entonces, Leonardo inventó una sierra circular accionada por hombres y también por caballos para cortar los troncos, creó unos imponentes cepillos giratorios acarreados por bueyes para limpiar el piso, distribuyó fuelles por el techo para mantener la pureza del aire, y agregó un sistema de lluvia artificial en caso de incendio. Cuando llegó el día de la apertura, el castillo fue un caos: la cocina se inundó de agua y se iluminó de fuego; la máquina de los troncos lanzó leñas como si fueran bolas de cañon; los bueyes, asustados, comenzaron a chocar una y otra vez contra las paredes; y los fuelles, en vez de curar con oxígeno, intoxicaron con llamas. Ludovico, al observar la situación, le recomendó que se trasladara al campo por un tiempo.
Al regresar a la corte, Leonardo construyó un aparato para cortar berros automáticamente. Ese mismo artefacto cortó berros y también cocineros y jardineros, que murieron por las heridas.
Años más tarde, con motivo de agasajar la boda de Ludovico con Beatrice d´Este, ideó una réplica del castillo, pero de pastel. Eso: un castillo de pastel. Cuando llevó este plan a la práctica y la fortaleza se convirtió en una gigantesca torta, los roedores y algunas aves quisieron demoler con sus dientes el castillo más azucarado de la historia. Y lo consiguieron: a la mañana siguiente, todo el personal de la corte tenía su cuerpo enterrado hasta la cintura, tratando de hallar los cadáveres de los animales caídos en combate.
Ludovico nuevamente se apiadó de él y no lo expulsó, sino que lo mandó de visita al Pior de Santa María delle Grazie. En aquel lugar, Leonardo elaboró una de sus mejores obras, para la cual, antes de comenzarla, les encomendó a sus ayudantes que realizaran un banquete con el fin de que él pudiera observar sus movimientos. La escena entre el director que miraba y anotaba, y los actores que bebían y atragantaban duró meses y meses hasta que, por fin, "La Última Cena" estuvo lista. Fue Leonardo, el peor cocinero de su tiempo, quien se la sirvió en bandeja al mundo.
Aquella comida ya tiene más de quinientos años sobre la mesa. Y sigue largando humito...
ESCRITO POR SANTIAGO CAPRIATA
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